En Los Parra las zarigüeyas se meten hasta en la cocina

Atropellamientos amenazan la fauna silvestre

En Los Parra las zarigüeyas se meten hasta en la cocina

Un vecino se cansó de las constantes invasiones a su apartamento de unas zarigüeyas. Aunque muchos habrían optado por matarlas, él decidió que lo más sano sería darles una reubicación.

Este es el sector en el que se han registrado los avistamientos.

Después de 2 años de convivencia sin mayores problemas, una noche Jorge Restrepo se cansó de sus vecinas más entrometidas: las zarigüeyas.

Luego de más de un encuentro en el mismísimo poyo de la cocina o en el balcón, por donde lograban adentrarse a la casa de la familia Restrepo Jaramillo, a Jorge se le acabó la paciencia con estos invasores.

Un vaso roto y un aguacate a medio roer fueron la gota que derramó la copa de este vecino de Los Parra, por lo que decidió ponerse manos a la obra.

Buscó asesoría en internet para ahuyentar a estas impertinentes vecinas. En algún sitio encontró una recomendación estéril, como las que suelen abundar en internet: ponerles naftalina o amoníaco, supuestamente por su penetrante olor.

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Primero fue la naftalina, ¡pero qué va!, las zarigüeyas lo siguieron visitando. Molesto por la persistencia de estos marsupiales, optó por usar el amoníaco, con idéntico resultado.

Siguió explorando en la red con el pensamiento de que a esa zarigüeya (está convencido de que era una madre con sus crías ya adultas) había que cogerla “como sea y extraditarla”. Tras varios días de búsqueda, halló el modelo de una trampa y lo adaptó a sus recursos y necesidades.

Sin lujos innecesarios, el modelo es bastante básico, pero efectivo. Consta de un balde en cuya boca hay atornillado un ensamble de madera que sirve como marco y puerta de la trampa. De la agarradera metálica y su asa plástica pende un pequeño tronco que actúa como brazo. Este deja caer la puerta una vez el animal active el mecanismo comiéndose la fruta convenientemente ubicada en el fondo del balde.

Una vez armado, el dispositivo funcionó y mostró su efectividad una y otra vez. El jueves 18 capturó una, el viernes 19, otra más y el domingo 21, la tercera.

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A todas las chuchas (como también se les conoce a estos individuos) les aplicó la misma condena: la extradición. Dentro del mismo balde las ha llevado a distintas quebradas con zonas verdes de El Poblado donde no sean una molestia, pero tampoco estén expuestas a los peligros del tráfico.

La primera noche fue solo en su vehículo por el temor de Adriana Jaramillo, su esposa, de acompañarlo para la liberación.

En la segunda, ella se animó e inclusive registró la liberación del animalito con su teléfono celular. La tercera noche fue lo mismo. La trampa había sido útil para darles tranquilidad a Jorge y su esposa y garantizarles un poco de seguridad a las zarigüeyas.

Una transformación
Con más de 6 décadas a sus espaldas, Jorge Restrepo es uno de esos hombres criados a la vieja usanza, en una relación de amor, pero desdén por la naturaleza. Recuerda que desde muy joven salía a cazar cauchera en mano tórtolas y toda clase de pájaros.

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Este trabajador retirado de un importante concesionario de la ciudad cuenta que su vida en el campo estuvo mediada por la cacería de toda clase de animales.

Como muchos de su generación, en su juventud tenía por costumbre tirarles piedras a los animales por puro entretenimiento. Pero hubo un momento en el que todo cambió. Hace unos 20 años aproximadamente irrumpió en la conciencia pública la idea de la conservación. Esta idea fue consolidándose con la compra hace unos 20 años de su apartamento, ubicado a pocos pasos de una quebrada y justo frente a un pero de agua (Syzygium malaccense), rodeado de numerosos árboles y frecuentemente visitado por toda clase de aves.

La relación de conciencia y respeto por la naturaleza fue haciéndose más estrecha cuando llegaron las zarigüeyas. Adriana recuerda el día en que el vecino del apartamento del primer piso llegó diciéndoles que se había entrado una chucha, pero que no le fueran a hacer nada porque era un animal inofensivo.

Gradualmente las simpáticas vecinas fueron metiéndose poco a poco en las casas del primer, segundo y tercer piso. Restrepo cuenta que inclusive los animalitos entraban a la cocina del tercer piso y tenían el descaro de, como visita impertinente, destapar las ollas.

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Jorge y Adriana tomaron medidas para evitar que estos problemas se siguieran presentando. Cerraban la vidriera del patio y la cocina, pero no faltaba el día en que uno olvido llegaba y, con él, las chuchitas.

Por esta relación Adriana valora el cambio en su esposo, que de pequeño las veía como un juguete, y en ella, que les temía.

Si bien no podían recibirlas en su casa, Jorge y Adriana trataron de dales a las zarigüeyas un nuevo hogar.

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Por Álex Estebn Martínez Henao.
alexm@gente.com.co

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