Don Álvaro lleva 25 años dedicado a las antigüedades

Don Álvaro lleva 25 años dedicados a las antigüedades

Don Álvaro lleva 25 años dedicado a las antigüedades

Aficionado a las antigüedades desde su infancia, un cambio de trabajo terminó por meter de lleno a este vecino de Belén (Medellín) al oficio de anticuario.

El oficio de Álvaro es, como los objetos a los que se dedica, una reliquia, un trabajo cada vez más escaso.

Basta con llegar a su local, ubicado en la esquina de la calle 30A con la carrera 74, para que él aclare que ya no tiene tantos objetos como antes. Pese a ello, conserva en las estanterías botellas de gaseosas de décadas extintas, rocolas que animaron las fiestas de hace años, planchas y máquinas de coser para los quehaceres del hogar y juguetes que marcaron la infancia de los adultos de hoy.

Él es Álvaro Posada y su oficio es el de anticuario. A los 65 años ya huele a viejo, según cuenta con una simpatía que parece no haber sido marcada por el tiempo.

Con esa misma simpatía Posada cuenta que su afición por el pasado no solo toma forma en los objetos con los que comercia y atesora. También está en los recuerdos con los que elabora el relato de su vida.

Según cuenta, en un principio vivió con su abuela en Belén Granada. A los 20 años, se mudó con su papá, mamá y 2 hermanos a la casa en Belén, donde ahora vive.

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Hace 45 años, recuerda Álvaro, su barrio era lo más parecido a un pueblo. La 30A, que ahora desahoga el tráfico entrante a la comuna, era la carretera por la que subían los buses escalera hasta el parque.

Por aquel entonces la vía estaba flanqueada por casas enormes y muy coloridas de tapia. Una de ellas era la de los Posada, una vieja casona que llegaba hasta la mitad de la cuadra.

Era tan grande que en caso de que Álvaro o cualquiera de sus hermanos tuviera pereza de rodearla para llegar hasta la entrada, podían entrar por una puerta falsa que daba a lo que hoy es la 30. Allí había un solar con palos de mango, gallinas, loras, conejos y una huerta. “Era muy rico, como una finquita”, dice.

La joya era una alberca. “Esta casa, cuando mi papá la compró, tenía una alberca muy hermosa, en baldosín italiano, donde la gente se duchaba”.

Pero las paredes se fueron moviendo. O, mejor, los ensanches se les fueron llevando metros a la casa de techos altos, solares y animales donde vivía Álvaro.

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El nacimiento de un anticuario
Pasaron los años y Posada entró al mundo laboral, en el que se desempeñó como almacenista, tanto en obras civiles como en bodegas en Guayaquil. Hasta que se quedó sin trabajo.

Los frustrantes meses de espera por una nueva oportunidad laboral lo llevaron a empezar a trabajar en la carpintería, un arte que aprendió desde joven, como medio de sustento, dentro de la misma casa.

Por recomendación de su papá terminó llevando su taller a uno de los locales que había resultado de las múltiples divisiones de su vivienda. Allí también fueron a dar las primeras antigüedades que, de puro aficionado, empezó a comprar por ahí.

“A mí toda la vida me han gustado las antigüedades porque me crié con los abuelos y ellos tenían enseres y el amoblamiento muy antiguos, y a mí eso se me pegó”, cuenta Álvaro.

Esa afición lo llevó a comprar planchas, radiolas, vitrolas, fogones y lámparas que coleccionó para su propio gusto. Así que al local no solo llegaron sus herramientas como carpintero, sino también partes de su colección de antigüedades.

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Si bien su trabajo como carpintero era el más importante, con el tiempo fueron apareciendo curiosos y con ellos compradores para los objetos que fue acumulando en las repisas de su local.

Durante los 25 años que lleva como coleccionista y comerciante de antigüedades ha podido tener radiolas, máquinas de coser, fósiles, piezas indígenas precolombinas, motos y bicicletas.

La tradición antioqueña, manifestada en una serie de objetos, también ha pasado por sus manos. Vitrolas, máquinas de moler, ollas y vasijas en peltre, así como recipientes en cobre y trapiches.

Pero lo suyo no es solo un trabajo. Su casa es testigo de la pasión por las antigüedades. En un pasillo hay máquinas de coser de diversos tamaños.

Inclusive tiene una que, antes de la tracción a través de las piernas, se impulsaba a mano. En la cocina, las antigüedades son una serie de botellas de vidrio en las que hace un tiempo ya se distribuía la leche, puerta a puerta.

El cuarto de Álvaro es el epítome de la nostalgia. Los armarios, por ejemplo, son herencias de sus abuelos, mientras que las paredes están colmadas de fotos familiares, relojes e imágenes religiosas que encuentra particularmente preciosas.

En una repisa reposan lámparas y radiolas y del techo cuelgan 2 aviones de juguete. Como para que quede constancia que lo de Álvaro Posada es el pasado, su propia cama es una antigüedad. Así, desde que se levanta hasta que se duerme, su presente es un homenaje al pasado.

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*Nota publicada originalmente en la edición del 30/11/18 de Gente Belén.
Por Álex Esteban Martínez Henao
gente@gente.com.co

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