Doña Teresa, la mujer más longeva de Envigado

Doña Teresa, la mujer más longeva de Envigado

Doña Teresa, la mujer más longeva de Envigado

Conocimos a la vecina, que de acuerdo con las autoridades, es la más longeva de Envigado. Un siglo y pico vivido, y la sonrisa no se le borra ni las enfermedades la incomodan. ¡Todo un personaje!

Resulta difícil creer que el pasado 27 de marzo cumplió 107 años. Ella, doña Teresa Moncada, dice que a los años los espanta con las manos (como se ahuyentan las moscas, así la imagino), y que para morir la deben coger a garrote. Dice que los años no le llegan, porque ella les hace el quite.

Y yo le creo, no le llegan. Mientras la miraba (y admiraba), tan lúcida, con más de un siglo de vida encima, me llegaban a la cabeza frases de mi mamá, que tanto halaga las pieles sanas. Y es que, en serio, su cara no revela tanto batallar.

Patricia, su nieta (1 entre 39), recuerda que en 2015, cuando la salud de doña Teresa les jugó por segunda vez una mala pasada (las únicas 2 veces), llamaron a un sacerdote para que le aplicara los santos óleos. Ella se le acercó al oído y le dijo: “Abuelita, váyase tranquila, todos estamos bien”. Y en una de esas abrió los ojos, volteó y le dijo: “Nooo, quién dijo… yo no me voy todavía”, dejando entender que ese ‘verla muy mal’ era solo efecto de los medicamentos que la tenían dopada.

Angélica, otra nieta (hija de Fabiola, la mayor de los 13 hijos de doña Teresa —9 mujeres y 4 hombres—), cuenta que cuando muere alguien cercano a la familia y le dan la noticia, lo primero que pregunta es la edad; le dicen 80 y pico o 90 y pico, y con todo el descaro y la gracia la señora responde: “¡Ah, ya era hora!”.

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Me recibió en su sala, en una casa de las de balcón del barrio San José. Estaba acompañada por Estela, otra hija, su nieto Edwin (hijo de Estela), además de Patricia, Angélica y Fabiola (vive con las 2 últimas). Le lancé una pregunta ‘clichesuda’, pero cómo evitarlo. Una parecida a cómo ha logrado conservarse tan fresca, y con su respuesta casi que me mandó a nacer de nuevo: “No trasnoche, no fume, levántese muy temprano, no tome trago, tampoco café, nada oscuro… a mí no me gusta nada de eso”. Lo de nada oscuro iba en serio, no recibe ni torta negra ni un trozo de carne que se haya quemado tan solo un poco.

Eso sí, doña Teresa, como buena levantada en el campo, no perdona un plato de fríjoles con chicharrón. Tampoco se niega a una mecateada en la tarde.

Volviendo a lo del campo, nació el 27 de marzo de 1911 en Jericó, donde también se casó y crió a 9 de sus hijos. Allá trabajó siempre en una tienda, en el Alto de Marita (entre Jericó y Pueblo Rico). El nombre hoy le pertenece a ese sector, pero su origen corre por cuenta de esta familia, que así lo bautizó debido a que los arrieros que pasaban por ahí hacían un alto.

Una noche-madrugada el perro les avisó, haciendo ruido con sus patas, que la casa y el negocio se estaban quemando. Como pudieron alejaron a los niños de las llamas y todos se salvaron de milagro. El que no resultó bien librado fue el perro (el autor del milagro), se quedó solo en el quemado Alto de Marita, mientras todos se marchaban a la capital antioqueña.

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Llegaron cerca, a Itagüí, donde había mucho trabajo disponible; los hijos mayores de doña Teresa se ubicaron rápidamente en fábricas. En ese municipio nacieron los otros 4 y, como era costumbre, allá también montó una tienda esta guerrera. Solo dejó el negocio cuando su esposo, don Bernardo Ruiz, se enfermó y decayó.

Él murió hace 25 años, tenía poco más de 80 años y era también de Jericó, donde se la luchó como arriero. Me contó la señora Moncada que se conocieron en la escuela, estudiaban en el mismo salón… un amor de toda la vida. No recuerda la edad a la que se casó, pero asegura que estaba jovencita.

Se acabó la tienda, los hijos crecieron, los nietos seguían llegando al mundo, así como los bisnietos y tataranietos (los primeros suman 45 y los otros ya van en 8), y poco a poco se fue quedando sola.

Un número significativo de la familia se fue acomodando en nuestro municipio, ese que doña Teresa (desde el vecino Itagüí) vio crecer. Cuando menos pensó, el rastrojero sin vías, que se volvía un pantanero con la lluvia y al que ella iba en bus de escalera, se convirtió en la ciudad en la que vive hoy y en la que tanto se amaña. Es más, Envigado la ha acogido en 3 ocasiones: hace muchos años se instaló por los lados de la Escuela Fernando González y las otras 2 en San José, sobre la misma cuadra en la que me acogió, la de la carrera 33 con calle 40 sur (donde su hija Fabiola y su nieta Angélica viven desde hace 26 años).

Doña Teresa sigue con un espíritu tan joven que me dio una serenata el día que la conocí. Si algunos datos se le han ido olvidando (¡cómo no, son 107!), hay uno en particular que jamás se ha borrado de su casete: la letra de la canción Cielito lindo.

Lo cierto es que para este roble de señora no asimila haber llegado tan lejos. Me lo dicen las anécdotas de sus familiares y lo confirmó ella cuando le pregunté por su edad. Esa sonrisa pícara y ese “no sé, tengo muchos, qué importa cuántos” me dejaron claro que podrán llegar los que sea, los que ella quiera, los que la vida misma quiera y nada cambiará. Su vida, tan tranquila, no se mide en años.

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*Nota publicada originalmente la edición impresa de Gente Envigado en 2016.
Por Luisa Fernanda Angel
gente@gente.com.co

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