
La escritura, su inspiración dentro y fuera de la cárcel
Marino, 1 de los 23 que dieron vida al taller de escritura en la cárcel de Envigado, ya está libre y no piensa renunciar a sus libretas y lapiceros.
Escribir en la cárcel lo llevaba a un largo viaje, uno capaz de hacerlo olvidar todo, su entorno y el encierro, la rutina entre los barrotes. Escribir lo hacía vivir de nuevo las historias que le inyectaron pasión a su vida. Pero escribir también lo hace sentir hoy vivo, con la libertad de trasladarse a lugares muy lejanos y momentos que no volverán.
En 2017, mientras pagaba una pena en la cárcel de Envigado, Hernán Marino Montoya (Marino para sus conocidos) se encontró de cerca con las letras. Al principio les vio cara de llaves, esas que abrirían las rejas al convertirse en una opción de rebaja a su condena; le faltaba todo el año, seguro así agilizaba.
Y no fue necesariamente así, llegaron por medio de Róbinson Úsuga, periodista, escritor y realizador audiovisual, también tallerista de la Biblioteca Pública y Parque Cultural Débora Arango, espacio que lo convocó para este programa y al que él no dudó ni un segundo en unirse. (De hecho, en la edición de Gente Envigado del 26 de mayo de 2017 hablamos con más detalle sobre esta iniciativa).
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El cuento le fue cambiando a Marino, sin buscarlo terminó metido de cabeza y empezó a escribir como loco: “Arranqué con partes de cuentos y gustaron. Al ver esto me inspiré y dije: ‘Aquí sí hay talento’. Mi primer cuento completo fue Una noche de locura. Partió de una historia propia, y si algo aprendí con Róbinson, es que lo más bonito de la escritura es reflejar lo que uno ha vivido. Uno le mete su picardía”.
Con él empezaron otros 22 presos, y el promedio fue bajando manteniéndose en unos 10 “que sí aprovechamos esa semillita que nos dieron”, dice el que todavía la está regando. “Y cómo no cuidarla si, vea, una vez me llevaron la copia de mi cuento y de Fugas de tinta, una recopilación de varios de un taller que hicimos a nivel nacional. Ahí hay otro escrito mío, por eso estoy motivado y motivo a varios que quedaron allá”.
Desde su salida Marino no les falla a sus excompañeros, cada 8 días los visita sin falta “porque dicen que en la calle uno tiene muchos amigos, pero estos lo dejan a veces tirado a uno. Allá (en la cárcel), enfermo o algo así, nadie escatimaba en llevarme un vaso de leche o lo que fuera. Es gratitud, ante todo, lo que siento”.
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La idea, desde la biblioteca Débora, es vincularlo también a los talleres en la prisión. Que asista a algunos con Róbinson y demás funcionarios del programa para que sea él quien desde su proceso de resocialización les plantee una nueva posibilidad.
Mientras tanto sigue consumiendo hojas y tinta con relatos casi siempre de su pasado y su presente, porque dice no ser bueno para pensar en el mañana, “se pone uno a experimentar con él y nunca llega. Sin embargo, sí veo mis libros, están en el futuro”. Con una enorme sonrisa habla de Historias vividas y Mi primera andanza, en los que ya trabaja junto a Jorge Gómez, amigo del alma y de siempre, y ahora de ratos de inspiración, a quien tuvo el honor de presentarle las letras.
Fotos: cortesía Daniel Molina (biblioteca Débora Arango)
Texto: Luisa Fernanda Angel
luisan@gente.com.co