Manolo Arango, un viajero de los sonidos

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Manolo Arango, un viajero de los sonidos

Para Manolo Arango, ser selector musical es su graduación como un melómano consagrado. Y este, por supuesto, no es un logro común: fue él quien le puso nombre y lo convirtió en un oficio después de haber transitado un largo camino entre experiencias sonoras y rítmicas.

Según recuerda, esa historia empezó, sin sospecharlo, con los primeros vinilos que recibió en su niñez, más que nada compilaciones de rock, y continúo con las grabaciones en cassette de los repertorios de sus emisoras favoritas (nunca de géneros tropicales, jamás ha sentido afinidad con ellos). “En esa época no veía la hora de que llegara el fin de semana para ir a gastarme lo que me daban de mesada en música. Nunca me quedé con lo que escuchaba en radio, me encantaba descubrir las cosas que nadie conocía”, recuerda.

Más tarde, en la era de los CD, llegaron a sus manos algunas producciones de Nirvana y Mc Hammer, para incrementarle de forma exponencial su gusto por el rock y el hip hop. Fue la misma época en la que se graduó y viajó a Canadá con el objetivo de aprender inglés, un momento que resultó siendo una oportunidad para seguir ampliando su espectro musical en medio del intercambio cultural. “Cuando volví empecé Administración de Empresas, pero me salí en sexto semestre. Veía a mis compañeros muy entusiasmados mientras yo pensaba que me había equivocado, que eso no era lo mío”.

Resolvió, entonces, irse a Australia a estudiar Biología Marina, motivado por el encanto que desde niño le habían despertado el mar y sus habitantes en medio de la práctica de deportes acuáticos, como el buceo y el snorkeling. Allí recibió su título y volvió luego de tres años a trabajar en diversos proyectos para el rescate de la pesca artesanal en comunidades indígenas de la Guajira, “pero también sentía que había muchas cosas de la vida en la ciudad que me llamaban, así que renuncié después de un tiempo”.

Su siguiente movida fue irse a Bogotá, con el apoyo de un contacto, para trabajar musicalizando grandes desfiles de moda. “Siempre estaba viendo qué sonaba en cada rincón del mundo. Los viajes me sirvieron para abrir la visión y no tragar entero con respecto a la música, por eso me fue muy bien escogiéndola para estos escenarios”. Ese, se podría decir, fue el momento definitivo para encontrar su rumbo, porque le abrió las puertas para trabajar como selector musical en diferentes bares y restaurantes.

“Muchos vieron en mí un talento encontrar la música poco convencional y que podía tener alguna audiencia, porque yo sabía que había gente que como yo no estaba satisfecha con lo que sucedía a nivel sonoro en el país”. Regresó a Medellín en 2010, luego de seis años en Bogotá, con las ganas de implantar en la ciudad un poco de la movida musical alternativa que ya había revolucionado la vida nocturna en la capital.

Pronto tuvo algunas experiencias en bares y restaurantes y armó una lista de contactos con los que podría empezar a traer bandas extranjeras reconocidas de la escena independiente. Precisamente, esos contactos se convirtieron en sus socios para la creación del Breakfast Club, un colectivo que realiza anualmente festivales musicales como el Breakfest, Rituales (Halloween), el Prom y La Solar, y que abrió el Salón Amador, un sitio (cercano a la Calle 10) pensado para abrirle el escenario a esas propuestas novedosas que mantienen sus oídos alerta.

Por Laura Villamil.

 

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Fecha

Abril 18, 2015

Categoría

Emprendedores, Gente

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biólogo, el poblado, emprendedor, gestor, hombre, negociante, profesor