
Los bizcochos de novia más famosos de Medellín
Me llevaron obligado a otro matrimonio. Detesto estas fiestas protocolarias condenadas a la extinción, empezando por tener que invertirle la mitad del sueldo a una ropa que ni mi mujer ni yo nos vamos a volver a poner, a un regalo obsoleto y carísimo, pero entre otras cosas, por el sistema anticuado de servicio en las fiestas que generalmente empiezan con champaña de calidad dudosa y bizcocho negro de pipiripao, que gracias al hambre dan migraña y mal genio mientras se espera en la larga fila por el bufet recocido, frío y el whisky barato que nunca llega. Me da pena decirlo pero son muchos los servicios de catering de medio pelo y contados los realmente buenos, o a lo mejor será que son pocas las parejas dispuestas a pagar lo que vale uno con buena lata mientras prefieren gastar dinerales en vestidos y decoración. Detesto los matrimonios, en todo el sentido de la palabra; por algo será que ya casi nadie se casa. Dejar esto por escrito me puede costar la vida.
Pero el pez muere por su boca y tengo que decir, así me duela en el alma, que esta fiesta con wedding planner a bordo, resultó increíblemente rica, ya que dejaron el bizcocho de postre para el final, dieron buen whisky, no me tocó hacer fila en ningún bufet, por el contrario trajeron comida rica hasta la saciedad y lo mejor, no me hicieron vestir como mesero de club social.
Durante la fiesta, mientras estuve consciente, desde que llegué me llamo la atención el bizcocho negro impresionante, decorado con hermosas hortensias, que a la hora de cortarlo, fue sorpresa general cuando los novios compartieron una flor que se comieron entre besos de medio lado magistralmente dirigidos por la wedding planner para los celulares que disparaban fotos que llegaban en tiempo real a las redes para la envidia de los que no invitaron. Gracias a las migas del pastillaje que caían de las bocas enamoradas, pudimos descubrir que las flores eran de azúcar. No podía ser.
No me aguanté las ganas y acorralé a la “WP” para que me contara quién había hecho semejante obra de arte: “Doña Pepita Restrepo de Ospina” por supuesto, me dijo. Si usted no sabe, ella manda sus bizcochos a Europa y muchos otros países del mundo; la crema y nata colombiana se ha casado, se ha bautizado, o se ha divorciado, pensé yo, con sus bizcochos. Más tarde, gracias a comentarios de varias señoras, amigas mudas de mi mujer, me enteré que el arte de Doña Pepita es único en el mundo, sus pesebres de pastillaje han ganado premios y su arte ha sido testigo frecuente en bodas reales y del jet set internacional.
Esta vez sí me acordé de mi editor en jefe y pude conseguir el teléfono de esta artista a la que le puede encargar con mucho tiempo el bizcocho de su boda (si es que todavía piensa en casarse): 2686788. El precio varía según lo que quiera porque me contaron que las hace temáticas, a gusto de cada uno.
Con la resaca mañanera y la ayuda de mi hija me metí al sospechoso y detestable Facebook de mi mujer a buscar a Doña Pepita. Mirando sus fotos descubrí una mujer antioqueña extraordinaria, rebosante de carisma y pasión por un arte que se ha ido perdiendo por la inmensa dificultad de su técnica. Pude ver varias fotos de su trabajo y debo confesar que después de tantos años recorriendo el mundo, nunca había visto algo tan perfecto y hermoso. Me sentí orgulloso por tanta gente de mi tierra que trabajando en el silencio de la humildad, tiene el poder de los alquimistas culinarios. De esos que quedan muy pocos.
No soy de los que creo que los cocineros sean artistas, pero la verdad es que esta señora si lo es. Doña Pepita, ansío conocerla algún día, sus manos tienen magia y mucho amor.