
Las historias que cuentan los abuelos de Envigado
Volvió uno de los encuentros de la Dirección de Cultura de Envigado más cargados de anécdotas, sonrisas, preguntas y respuestas. En un par de horas fue mucho lo que se reconstruyó.
Para algunos, el placer de escuchar anécdotas y viejos relatos en las voces de quienes los vivieron de cerca con pocas alegrías se compara. Para mí, por lo menos. Por eso, sin dudarlo un momento, me agendé para la actividad de la semana pasada en la Casa de la Cultura Miguel Uribe Restrepo que solo con su nombre me enganchó: “Historias de mis abuelos”. Allí debía estar. Quería.
Para resaltar: qué abuelos (si es que todos lo eran) más cumplidos. Muchos llegaron antes de tiempo y, como a mí, se les notaba el entusiasmo por la cita, solo que para la gran mayoría de ellos resultó en un reencuentro, pues supe que la actividad venía de antes, cuando se hacía una vez al año, en septiembre, y se llamaba “Encuentros de edad dorada“.
Eso me lo dijo el historiador Carlos Gaviria, el anfitrión y coordinador de la charla. Y quién mejor para llevar el hilo de una conversación sobre la historia de Envigado que este conocedor de cada uno de sus rincones y detalles.
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Romper el hielo y hablar del barrio
Guillermo Hidalgo y su esposa, Luz Stella Osorno; Edna Giraldo, Cecilia García, Ana Lucía Mejía, Pedro Nel Mejía, Lourdes Pareja, Fabiola Callejas, Teresa de Jesús Rojas y Darío Restrepo fueron nombres que sonaron en medio de la presentación.
Al escuchar a estas personas y su tiempo en la ciudad, Carlos Gaviria comentó que serían “2 los mojones de tiempo cronológico los que determinarían parte de las historias: los residentes con más de 70 años acá y los que llevan 5”.
Después de esto vino lo mejor. Los relatos empezaron a fluir. Nadie buscaba demostrar que sabía más, todos se complementaban. Nos enseñaron de historia local (sí, también al experto coordinador) y la emoción por volver a recorrer en sus mentes esos pasos de hace décadas los iba llenando de emoción.
La primera puntada del que parecía un costurero (con ese espacio lo compararon con gracia, pues entre todos intentaban sacarse chismes) la dio el barrio Obrero. Por ahí arrancaron las “Historias de mis abuelos”, por ese sector en el que vive Cecilia desde hace 65 años. Resultó que antes de ese nombre hubo otro: Jesús María Mejía Bustamante, y se llamó así —intervino Lourdes— por el párroco que duró 50 años en el municipio.
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“Fue el que terminó la iglesia principal y trajo imágenes lindas de Europa. Mi papá lo conoció y siempre dijo que fue una persona emprendedora, con empuje empresarial. Trajo, junto con los Echavarría, los textiles a Envigado y fundaron la fábrica de Rosellón. Era visionario, donde ponía el ojo hacía el negocio y sin tumbar a nadie. Sé que era íntimo amigo de Fernando González“, dijo.
Carlos le dio la razón sobre los textiles y agregó que los fundadores de la fábrica (los hermanos Medina) buscaban dónde ubicarla; “fueron a Bello y ya había muchas fábricas de tejido y en Medellín también, pasaron a Caldas (pionero en la industrialización del Valle de Aburrá) y no había ambiente político para construir empresas”.
“En sus recorridos llegaron a Envigado. Conocieron a ese padre y les vendió los primeros terrenos”. (Y así, hasta mencionar que el Municipio los eximió de impuestos, menos el predial y cuando Coltejer compró Rosellón y se atrasó en los pagos prediales esa fue la manera en que el Municipio compró de nuevo el terreno —por condonación— y edificó la Universidad de Envigado).
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¿Sí pasó algo con un volcán?
Difícil hablar de Rosellón sin mencionar el famoso volcán de 1923. “¿Sí pasó algo así? Porque siempre nos dijeron que había sido un volcán normal (de los de lava) y hemos sentido susto por eso, que vuelva a pasar”, fue lo que le preguntó Cecilia a Carlos.
El historiador explicó. Efectivamente ese año hubo un deslizamiento de tierra que “en una noche de lluvia tapó la quebrada (por el aguacero traía el doble de agua y no era canalizada). Se represó tanta agua que cuando botó el tapón aguas abajo sepultó la mayor parte de la fábrica de textiles. A ese acontecimiento lo llamaron el volcán, pero hace relación al volcamiento de la tierra; esta se desprendió del frente de donde está hoy el Cristo de Jesús de la Buena Esperanza (en El Salado), por donde hay hoy 3 escalones en la loma”. Lourdes recordó que eso fue lo que supo, y que la parte más tapada fue la de telares, donde trabajaban todas las obreras. “Entre los que murieron estaba el administrador, que acababa de llegar a caballo”, agregó la señora.
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De mesa hasta las arrieritas
A ella, bastante activa en la charla, le preguntaron por su sector, y esta envigadeña de cepa (de papás, abuelos y bisabuelos de acá), se refirió al lugar en el que vive desde hace 74 años: Barrio Mesa.
“Cuando mi mamá llegó era una manga, solo había 2 casas: la de ella y otra, esquinera. La ropa la secaban en alambres de la calle. Cuando yo nací ya había más casas y le habían echado piedra a una calle”. Entre la gente que recuerda mencionó a la familia Jaramillo, pero Carlos le quiso preguntar por el médico Francisco Restrepo Molina.
Y obtuvo respuesta. Resultó haber sido íntimo amigo de su abuelo, Francisco Eladio Rojas, Rojitas, tallador de muchas imágenes religiosas, entre ellas, famosos crucifijos. Y en cuanto a su bisabuelo, Andrés Rojas, “él trabajó en el retablo grande del altar de la iglesia Santa Gertrudis y fue escribiente del Concejo, porque tenía una caligrafía muy linda (las actas eran a mano), pero —por ignorancia, envidia o antipatía política— quemaron sus archivos en el patio del viejo palacio municipal”. Carlos completó diciendo que hoy el Concejo tiene una declaratoria como patrimonio y en él solamente sobreviven las actas de 1853 en adelante.
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Una cosa llevó a la otra, de Mesa se brincó a San José y cuando menos pensamos estábamos montados en las viejas arrieritas, unas busetas a las que les cabían (y no de pie) solo 6 personas, las llamaban así “porque eran muchas e iban una tras otra, a mil, arriadas. Eran pequeñas y cabían por todas partes”, recordó Fabiola. Ella y Teresa mencionaron los accidentes que sufrieron en estas algunos familiares.
Al mencionarlas, abrieron también espacio al tranvía, el ferrocarril y las chivas o escaleras. Es solo que el espacio en estas páginas rindió menos que en la charla y solo los puedo mencionar. Mejor, así tal vez alguien quiera ser parte del próximo encuentro, y más si lo antojo del caliente y sabroso canelazo que tomamos al final.
Por Luisa Fernanda Angel G
luisaan@gente.com.co