Las heridas abiertas que dejó Escobar en El Poblado

Las heridas abiertas que dejó Escobar en El Poblado

Las heridas abiertas que dejó Escobar en El Poblado

Mientras que unos vecinos piden olvidar al extinto capo, algunas víctimas quieren hacer un ejercicio de memoria para exaltar a quienes fallecieron en medio de su guerra con el Estado.

Eran poco más de las 10:30 a. m. del jueves 14 de junio de 1990. Los ojos del país estaban fijos en el estadio Renato Dall’Ara, de Bolonia. Jaime Sánchez Charry estaba acostado en un sofá viendo el partido de la Selección Colombia ante la extinta Yugoslavia en el Mundial de Fútbol Italia 90.

La sed, o algo que todavía no recuerda, lo llevó a levantarse para buscar algo en la cocina. Justo cuando estaba allá sintió una explosión que rompió todos los vidrios, volvió hilachas las cortinas y destrozó el mueble donde él estaba sentado. Se trató de un carrobomba cargado con al menos 80 kilos de dinamita que estalló en la carrera 43B con calle 11A, justo frente a la estación de Policía, y que dejó un saldo de 4 muertos y cerca de 70 personas heridas.

Las heridas abiertas que dejó Escobar en El Poblado

Sánchez, quien empezó a recordar estos momentos de cuenta del relato que le ha tenido que hacer a su hijo adolescente, refirió que este fue uno más de los bombazos que puso Pablo Escobar en su guerra contra el Estado, en este caso, contra el Bloque de Búsqueda.

El símbolo

A las 4:45 p. m. del 8 de agosto de 2017, 4 vehículos estaban estacionados frente al portón principal del edificio Mónaco. De ellos descendieron cerca de 20 personas, 2 de ellos guías y el resto, turistas. En un inglés machacado les dijeron que este edificio ahora en ruinas fue la joya de la corona de Pablo Escobar. Los extranjeros (las bermudas, sandalias y mejillas enrojecidas por el sol los delatan) sacaron sus celulares y registraron con ellos el lugar mientras oían a los guías.

De acuerdo con los vecinos, todos los días se puede ver el desfile permanente de turistas. La mayoría viene con personas que hacen las veces de guías. Unos llegan a pie, otros en buses y otros más en vehículos particulares. Justo hoy, cuenta uno de los trabajadores del lugar, el número de visitantes ha sido elevado y pregunta si es que hay algún tipo de conmemoración, pero la memoria no atina a recordar alguna.

Un grupo de guatemaltecos llegó por su cuenta a la fachada del edificio. Contaron que llevaban 4 días en la ciudad y que han hecho “de todo” responde uno de ellos mientras lleva a cabo el ritual posmoderno de sacar un celular, tomar una foto, editarla, etiquetar el lugar donde la tomó, pensar en alguna frase ingeniosa y subirla a Instagram. A la pregunta de por qué quisieron visitar el Mónaco respondieron entre dientes con desconfianza, quizá con vergüenza: “Por curiosidad”.

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“No somos víctimas”

Manuel conoce de primera mano el terror de la guerra que se emprendió entre los carteles del narcotráfico, el Estado y Pablo Escobar. En los cerca de 30 años que lleva viviendo en el barrio ha tenido que padecer 2 bombazos. El primero, hacia las 5:10 a. m. del miércoles 13 de enero del 1988, cuando 3 individuos abandonaron un carrobomba que detonó a los pocos segundos, dejando un saldo de 2 muertos.

Como si fuera poco, cuando Escobar comenzó una campaña de secuestros, él y muchos de sus familiares y amigos tuvieron que salir de la ciudad. Reconoce que, aunque no debería complacerse de la suerte ajena, muchos, incluyéndolo, se alegraron cuando Escobar se entregó a la justicia, así como cuando fue dado de baja.

Manuel, quien teme ser identificado por su oposición a los narcotours, dice que, a pesar de haber padecido en su propio hogar las consecuencias del cartel de Medellín, no se considera una víctima. Es más, considera que la ciudad necesita olvidar. Demoler el Mónaco y cualquier otro recorderis que, a su juicio, le impide a Medellín avanzar.

Caso contrario es el de Carlos Mario Zuluaga Valencia, hijo del magistrado Gustavo Zuluaga Serna, uno de los primeros jueces en revelar el pasado criminal de Pablo Escobar. Sus investigaciones por la muerte de 2 investigadores y narcotráfico llevaron a que el Congreso le levantara la inmunidad parlamentaria. Por esto el cartel lo condenó a muerte.

Y 30 años después de su homicidio —aún en la impunidad—, Carlos considera que desde la perspectiva histórica no hay problema con que se conserve este tipo de lugares. Eso sí, no pretende que ellos se conviertan en sitios de peregrinación, exaltación al delito o al criminal.

A su juicio, el Mónaco sí se debe demoler, “porque no está cumpliendo ninguna función para la ciudad, por el contrario, la está afeando y solo son unas ruinas de un pasado tortuoso”. Una vez se haya ido el edificio, el parque debería ser un lugar para exaltar a las víctimas, que les permita recordar lo que pasó y que ojalá sea funcional.

Por Álex Esteban Martínez Henao
alexm@gente.com.co

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