
“En cualquier parte, menos en Belén”
Fernando Botero, el vecino herido por bala perdida en Los Alpes, abandonó el barrio. Hoy está a la espera del pago de su incapacidad, mientras el proyectil sigue en su pierna.
Cuando volvió al apartamento 404 del bloque 25, en el Mirador de Los Alpes, Fernando Botero sintió que todo se le revolvía. La ventana por donde entró la bala y la cama donde descansaba cuando el impacto lo tumbó al piso todavía estaban ahí, pero él no era el mismo. Tenía el pie enyesado, un proyectil incrustado en el peroné y el recuerdo de un dolor que nunca había sentido antes.
“La noche del día que llegué escuché la explosión de un mofle o un balón y yo me quise morir. Me sentía nulo, no me podía mover, ¿si había otra balacera qué? Al otro día, cuando oí el helicoptero, ya no era normal. Eso es pimienta para ese morro, pasa ese bendito helicóptero y eso es preciso que empieza el candelero. Es como azuzar con un palo a un perro babeado de rabia, así interpreto yo lo que sienten ellos cuando pasa el helicóptero. Ahí dije: ‘No voy a ser capaz de vivir aquí’“.
Botero llevaba 3 meses residiendo en Los Alpes, junto con su hija Laura y su esposa, Diana. Se mudaron allí luego de haber entregado su apartamento en frente de La Consolata para que la joven estudiante de arquitectura quedara más cerca de la Unidad Deportiva de Belén, donde entrena ultimate. Se decidieron porque además iban a pagar menos por el arriendo y los servicios bajarían por estar ubicados en estrato 3.
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“Desde que llegamos se oían las balaceras. A los días nos estrenaron con una que parecía adentro de la unidad, pero nos decían: ‘No, eso es en ese morro (Zafra), de ahí para atrás’”. A pesar de que todo pasó en cuestión de minutos, Fernando lo recuerda bien: 19 de septiembre, a las 10:22 de la noche, era la fecha del aniversario 15 de su matrimonio.
Diana fue a la cocina para traerle un jugo y unas rosquitas, “no alcanzó a llegar a la cocina cuando empezó ese tiroteo tan bravo”. Ella le dijo desde allá: “Ay, amor, ya empezaron”. Fernando no alcanzó a contestar, el proyectil ya había atravesado los 2 cristales de la ventana, estaba metido en su pierna y lo había tirado al suelo.
Su esposa regresó al cuarto, encontró la escena y no supo qué hacer. Lo primero que le pidió Fernando fue ver cómo estaba Laura. Ella permanecía en la habitación contigua y la cabecera de su cama, puesta contra la ventana. “Mi esposa entró y no salía, pasaron segundos, pero para mí fueron horas”, recuerda.
La mujer le puso la mano bajo la nariz a su hija, para ver si respiraba, “no la quería levantar porque es muy nerviosa”, pero Laura se despertó y, alteradas, pero juntas, buscaron ayuda. Llamaron a los bomberos, pidieron ambulancia y no recibieron respuesta. Solo acudieron los policías que estaban atendiendo el homicidio de Willinton Andrés Flórez, ocurrido en la parte alta de la ladrillera Santa Rita, en el corregimiento de Altavista.
“Ellos entraron, me miraron y no me movían. Laura estaba con Ludy (la gata) cargada, en el marco del baño. Miraron la ventana y confirmaron que había sido una bala perdida, cuando vieron que se había quedado en la pierna, uno de ellos dijo: ‘Movámonos con el mono que está botando mucha sangre, yo creo que le cogió la principal, y si es así, estamos a 20 minutos’”. Fernando empezó a temblar.
Eran 6 policías y con esfuerzo sacaron al hombre de 1,95 metros de estatura por las escaleras angostas. Los uniformados decidieron llevarlo a la Unidad Intermedia de Belén y recuerda que al llegar allí uno de los médicos preguntó: “¿La Policía por qué nos trae esos casos, si aquí no tenemos los equipos?“.
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Nadie se acordó de Laura. Ella lloró hasta las 5 de la mañana, tenía parciales ese día así que tomó una mochila, empacó un par de mudas y no regresó a la casa hasta que sus padres volvieron. Ese día ella también dijo: “No soy capaz de vivir aquí”.
A Fernando no le sacaron la bala. Estuvo 5 días en el hospital hasta que decidió contactar a un medio de comunicación que dio a conocer su historia. La Personería se enteró, “en 20 minutos sacaron una tutela de acato inmediato” y al día siguiente tenía toda la atención y una droga para la trombosis que costaba casi $ 3 millones.
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Lo trasladaron a la Clínica del Sagrado Corazón, donde lo evaluó otro ortopedista que le dijo: “Créame, es mejor que eso se quede ahí“. Y le pusieron un yeso que fue retirado el 15 de noviembre.
Cuando decidieron irse del apartamento él llamó a la agencia de arrendamientos y les dijo: “Necesito que me ubiquen en cualquier parte, menos en Belén, no quiero saber nada de Belén“. Pasaron 72 horas y aparecieron 2 opciones, entre ellas el apartamento donde vive ahora.
Confiesa que teme revelar su ubicación, porque la bala sigue ahí y con ella el miedo. Cierra su puerta con macho y triple llave, mientras sigue a la espera del pago de la incapacidad que su EPS, Salud Total, todavía no desembolsa.
“Soy un mimado de papito Dios, nunca nos ha faltado nada. El porqué de esto no lo sé. Tengo programada una cirugía de cataratas, de pronto me estaba librando de un accidente porque cada día veo menos”, dice Fernando y señala la capilla ubicada al frente de su nuevo hogar: “Tengo el mejor vecino”.
Por Jessica Serna Sierra
jessicas@gente.com.co