
Estudiantes del Colegio de UPB desarrollan una impresora 3D
Jóvenes del colegio de la UPB trabajan en la creación de una impresora 3D amigable con el ambiente, que utiliza celulosa en lugar de derivados del petróleo.
A los 15 años Samuel Franco se declara un enamorado de la química. Y como a veces el amor llega en el momento menos esperado, a él se le despertó luego de un regaño del coordinador de Ciencias del colegio de la UPB, donde estudia: “El año pasado, cuando unos amigos estaban alfabetizando, trabajaban en los laboratorios y yo me metía con ellos para hacer recocha, pero el coordinador me sacaba siempre. Desde ahí entré en contacto con él y me invitó a participar en algunos proyectos”.
Fue así como Samuel terminó, tiempo después, perteneciendo a Spideog, un grupo de investigación conformado por 5 estudiantes del colegio y que toma su nombre de la palabra irlandesa para el petirrojo, el ave mascota de la UPB. En un principio, el reto del grupo parecía ambicioso: diseñar y construir una impresora 3D. Pero no contentos con eso, estos tesos de la electrónica y la programación quisieron innovar, buscando que la impresora funcionara a base de celulosa.
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Explorando en YouTube encontraron inspiración. Así lo cuenta Juan José Melguizo, de 17 años, para quien la construcción de la impresora “empezó como un proyecto personal desde el año pasado, pero por falta de recursos no lo había podido desarrollar”. Juan José explica que “la idea proviene, más que todo, de un youtuber que se llama Erick García, que es un ingeniero electrónico. De allí saqué los planos de la impresora y vine y propuse la idea en el colegio”.
Para Melcho, como lo llaman sus amigos, fue la electrónica la que llegó a su vida para quedarse “desde hace más o menos 3 años, cuando pude participar en un proyecto en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), en Boston. Esa universidad cada verano hace cursos de robótica y electrónica gratis, entonces en el 2015 íbamos un primo y yo y construíamos aviones radiocontrolados, manos robóticas, pero todo con ayuda de gente muy experimentada porque nosotros no sabíamos nada del tema”.
Esos conocimientos adquiridos fueron de gran utilidad al momento en que Juan José empezó a recibir la cátedra de Investigación que dicta el colegio. Allí se relacionó con su tocayo, Juan José Londoño, un gomoso de la biología que está convencido de estudiar Ingeniería Biomédica al terminar el bachillerato.
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Lo que más le gustó a Juan José de la idea que presentó Melcho en clase, es que “a través de la impresora 3D se puede prestar un servicio a la humanidad, sobre todo porque con el uso de celulosa para imprimir las figuras, en lugar de los polietilenos normales que se hacen con derivados del petróleo, se aporta al cuidado del medio ambiente porque las figuras de celulosa pueden ser biodegradables y ello generaría un menor impacto en el entorno y una reducción de la contaminación que producen los plásticos en todo el mundo”.
Al plantear el proyecto, los jóvenes estudiantes encontraron el apoyo del docente Lino Mauricio Rodríguez, quien desde entonces los orienta. “En la cátedra de Investigación, algunos muchachos tenían ciertos proyectos basados en una placa electrónica que se llama Arduino. Una de las opciones era la de elaborar la impresora 3D y entonces elegimos a estos muchachos que tienen capacidades de programación, capacidades también en electrónica y electricidad, y conformamos el grupo para construirla”.
Lo que más destaca el docente de este grupo de jóvenes es “que todos tienen capacidades excepcionales, son muchachos a los que les gusta la investigación, les gusta la ciencia y son muy juiciosos en el área”, y señala que, además de su potencial innovador, una de las principales ventajas del proyecto es que “les permite aprender haciendo y los muchachos potencian su creatividad”.
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Creatividad que de por sí ya han demostrado. Mateo Agudelo, otro integrante de Spideog, participó, por ejemplo, en el RoboRave, la competencia internacional de robótica que tuvo lugar en Medellín el año pasado. “En ese momento, con unos amigos participamos con un carrito seguidor de línea. La intención en ese reto era crear un carro que llevara la mayor cantidad de pelotas posible de un lugar a otro en una pista. El equipo que más pelotas llevara de un punto al otro en menos tiempo ganaba. Esa experiencia me llevó a estar muy motivado cuando conocí el equipo y el proyecto de la impresora. Tenía muchas ganas de participar porque para mí la robótica significa ganas de seguir desarrollando la inteligencia”, indicó.
Juan Camilo Arteaga, otro apasionado de la robótica, completa el equipo. Sus habilidades empezaron a fortalecerse cuando en sexto grado de bachillerato participó en la implementación de un dínamo para que las bicicletas de spinning del gimnasio de la universidad pudieran generar energía para abastecer las salas de cómputo. Y aunque el proyecto nunca se ejecutó, Juan Camilo se demostró a sí mismo de qué era capaz.
Ni siquiera la consecución de recursos económicos ha sido obstáculo para estos jóvenes. “La extracción de celulosa y el montaje en Arduino no son tan costosos, pero la construcción del resto de la impresora, sí, y en eso nos está apoyando el colegio”, expresó Samuel Franco, que espera terminar pronto el prototipo para presentarlo en concursos locales e internacionales.
Por Sergio Andrés Correa
sergioco@gente.com.co