“Llevo 37 años conviviendo con los muertos”

Llevo 37 años conviviendo con los muertos

“Llevo 37 años conviviendo con los muertos”

Un camposanto que también guarda misterios e historias en cada uno de sus pasillos. Visitamos el cementerio San José, de El Poblado.

No hay nadie que pueda explicarnos por qué el vaso de vidrio que posaba en una tumba vacía se movió solo, como si alguna presencia nos quisiera saludar. Estos hechos quedan aún en el disfrute de lo desconocido y en la mente de los más supersticiosos.

Ingresamos al cementerio San José, de El Poblado, ubicado en el barrio Manila, un lugar que rompe en silencio y contrasta con el bullicio del exterior, como si este respetara el descanso de aquellos que reposan en estas frías bóvedas.

Escuchamos un chorro de agua que provenía del interior del cementerio. Una sombra proyectaba una figura humana, delgada, con un sombrero de alas anchas y onduladas. Ningún difunto se salió de su tumba para asustarnos; se trataba de Víctor Rubén Zuluaga, encargado del mantenimiento del cementerio desde hace 37 años. Un tipo tímido, incrédulo de fantasmas y “esas cosas”, pero todo un respetuoso de sus compañeros… los muertos del San José.

Téngales miedo a los vivos…
Víctor Rubén la pasa solitario en este cementerio, prácticamente su segundo hogar. “Disfruto mucho de mi trabajo. A este lugar le debo agradecer que me haya abierto las puertas por más de la mitad de mi vida”, asegura este trabajador de 60 años de edad, que con la mayor confianza nos dejó recorrer en soledad los pasillos del camposanto.

Lea además: El amigo de todos los muertos en Envigado

Cada lápida relataba la tristeza de un apellido, de una familia que algún día lloró sobre estas paredes y que cada cierto tiempo llega al cementerio para saludar a sus seres queridos. El vaso se movió solo, pero Víctor Rubén se ríe, como si quisiera darnos tranquilidad.

“Eso no pasa nada. Los muertos, muertos están. Como dice el dicho: ‘El muerto, al hoyo, y el vivo, al baile’. A ellos hay que orarles, respetarlos y entender que están en la gloria de la eternidad”, comenta. También dice que le ha tocado tener mano dura frente a los vivos que visitan el cementerio con otras intenciones. “Han tratado de hacer sus cosas y rituales con maldad, pero no se los he permitido. Este es un lugar de paz que merece un profundo respeto”.

A un costado del cementerio vive Sandra Cecilia Taborda, una ama de casa que tiene a sus padres enterrados en el lugar vecino. “Cuando nos mudamos para acá sí era un poco angustiante vivir al lado de un cementerio, pero con el paso del tiempo ese miedo se fue quitando. Mis padres murieron hace 6 años y sus restos reposan en ese cementerio”.

Con la tranquilidad que la caracteriza, Sandra asegura que a los que hay que tenerles miedo es a los vivos. “A esos sí téngales pavor. Acá han intentado meterse con su música rock, pero las autoridades ahí mismo llegan para hacer respetar el lugar”.

No se pierda: Continúa el temor por la inseguridad en La Frontera

Un peso en la espalda y un roce en la mano avivaron la psicosis, que ya de por sí se siente cuando se ingresa a este tipo de espacios. Tal vez la mente nos jugaba una mala pasada… o, por qué no, alguna energía no quería nuestra presencia en este sitio. “Llevo 37 años conviviendo con los muertos, pero ellos nunca me han hecho nada. Cuando no trabajaba acá sí le tenía respetico a ese tipo de temas, pero ya estando de lleno en el cementerio, pues me familiaricé (risas)”, dijo Víctor Rubén.

Parecía que entre más le preguntábamos sobre sus creencias, más silencioso se volvía el ambiente. Quisimos volver a la bóveda abandonada, donde un vaso cobró vida propia. ¡Ah, pero cómo así! El vaso ya estaba en otra tumba. No se burle, señor lector… de pronto no nos acordábamos de que ese recipiente siempre estuvo allí. Lo cierto es que la naturaleza humana se hace más evidente en su superstición cuando de historias de terror se trata.

Hora de irnos, el cementerio cierra sus puertas a las 5 de la tarde. Víctor Rubén se despide de nosotros y el periodista que escribió estas líneas le lanza la frase: “Don Víctor, deseo que le vaya muy bien, pero espero que pasen muchos años para visitarlo de nuevo… en otras circunstancias”.

Siga leyendo: Las patinetas no dejan dormir en Manila

Por Daniel González Jaramillo
danielg@gente.com.co

(Visited 803 times, 1 visits today)