
Comámonos un asadito Che…
Por razones de trabajo y placer, he recorrido muchas veces la Argentina. Un país hermoso, acogedor, en donde creo que tengo más amigos que aquí. Me encanta caminar por Buenos Aires admirando su patrimonio arquitectónico, sus tiendas de delicatesen, librerías antiguas y por supuesto, parrillas, salones de té, confiterías, boliches y bodegones, siendo estos últimos, los restaurantes de barrio siempre repletos de gallinas y bosteros tomando mate y comiendo “minutas”, mis favoritos. Crecí oyendo los tangos de Gardel y adorando mis ídolos gauchos del Nacional: Tito Gómez, Jorge Hugo Fernández y el gran Raúl Navarro. Conozco gran parte de las provincias argentinas, por lo que he podido probar las empanadas cordobesas, el vino mendocino, el mate correntino, el asado al cuero del litoral y los alfajores santafecinos. Pero de todos esos sabores magníficos sin duda, las carnes se llevan toda mi admiración, por algo es uno de los países del mundo más admirado por sus asados.
Amo la carne en casi todas sus preparaciones. Fui asiduo comensal de las carnes asadas de Lovaina perfectamente aderezadas con tangos viejos de legítimo arrabal y malevaje; hoy se comen parecidas debajo del puente de la avenida Guayabal sobre la 10. Me gustan algunas versiones del Solomito al trapo que conocí en mis rumbas bogotanas de chimenea en la Perseverancia. Venero el marrano asado de Puerto Carreño, para mi mejor y no me avergüenza decirlo, que el cochinillo español. Me mata de emoción el hornado caucano, una lechona sin arroz que nos une estomacalmente con los ecuatorianos. Tengo los mejores recuerdos de la fritanga de Cáqueza y Puente Quetame en la antigua vía al llano, así como los huesitos de las canchas de tejo de la zona industrial al sur de nuestra capital. No perdono parada en el Llanerito de la Medellín Bogotá frente al extinto hipódromo.
Vivo agradecido con la vida por haber podido probar algunas de las carnes más famosas del mundo: Prime rib au juice en Montana, Kobe a precios de oro en Japón, Rodizio en Sao Pablo, Skirt bbq en Kansas, Carnitas en México, Shish kebab en Beirut, Shawarma en Alejandría, Cordero en Nueva Zelandia, Roast beef en Yorkshire y Entrecote en París. Y aunque mi flaquita linda me regañe por decirlo, hoy por hoy gozo lo mismo y hasta más con muchos de los platos de carne que comemos aquí en Colombia, en donde contamos con genética de primera y tecnología de punta desde la crianza hasta el sacrificio y la maduración. Por eso no me sorprendí cuando los amigos me invitaron en estos días a la Parrilla Argentina Cambalache de Sebastián Posada, un legítimo gaucho de esos tantos que se vinieron huyéndole a las bestialidades de Doña Cristina y se asentaron de manos de una paisita. Me he vuelto asiduo comensal de sus platos preparados con toda la maestría gaucha. Allí cierro los ojos y me siento en Lavalle y Florida, muy feliz: Mollejitas, chinchulines, vacío, entraña, provoleta, milanesa, lengua en vinagreta, cuadril, churrasco, panqueques, alfajores y mousse de chocolate. Como dicen ellos “epetacular che”.
El “restorán” queda diagonal a la iglesia de Santa María de los Dolores por el Éxito del Poblado, vale la pena reservar pues se mantiene muy lleno sobre todo los fines de semana. Con un presupuesto muy razonable se va a dar un gusto tremendo. Sebas, sos grande che.