Aventura de amor donde Nelly

Aventura de amor donde Nelly

Cuando estudiaba en Europa varias veces cogí la mochila y salí sin rumbo hasta donde me llevaran los converse y los jean viejos, en busca de esos sabores desconocidos y raros que hacen parte de tradiciones casi prehistóricas. Fueron muchos los trenes que abordé como polizón en donde sobreviví a punta de pan francés y queso, viejos, oliendo a eso, gracias a la costumbre tan francesa de no bañarme, que delicia, era muy feliz. Pude comer queso rancio en Irlanda esquivando locos del Ira, salamis mohosos en escocia y arenques apestosos en Suecia, ay las suecas; fueron muchos los platos que tuve que lavar para llenar mis ansias sibaritas y mi barriga hambrienta. Años después, con unos mangos más en el bolsillo, comí pinchos de alacrán en Shanghái, bombones de pescado en Hong Kong, chapulines y tenebrios del mezcal en los mercados sabatinos de ciudad de México, anguilas vivas en Middlesex y hasta chicha masticada con cerebro de chivo en el Cabo de la Vela. Un montón de oprobios tenebrosos, pero exquisitamente inolvidables, que marcaron mi vida entre las ollas.

A los cocineros nos encantan las aventuras culinarias. Cuando viajamos somos desesperados buscando plazas de mercado de barrio para explorar y conocer el origen de los sabores de cada país. Gozo como loco viendo los programas de Andrew Zimmern, el célebre calvito simpático de la televisión que se la pasa aumentando de talla entre platos exóticos, literalmente asquerosos para gran parte de la humanidad agobiada y doliente. Sé que vino a Medellín pero aún no he visto los programas que grabó entre nosotros ni supe que comió.

Alguna vez leí a mi vecino de columna, escribir sobre una tal Nelly que vende arepas en Las Malvinas, el mejor galpón de la Mayorista en donde confieso, paso muchas horas del mes, aprendiendo y comiendo al escondido de mi mujer que dolorosamente se niega a acompañarme por miedo a que la vean con su ropa almidonada impecable. No sabe lo que se pierde. También vi a Tulio hacer una nota muy divertida con esta señora que alimenta con su sazón magnífica hordas de agricultores, tacheros, comerciantes, abarroteros, verduleros y fruteros que amanecen en la plaza ofreciendo los productos del campo colombiano. Con frecuencia me sorprendo viendo algunos chefs de cartel sentados allí desayunando y hasta varias sílfides amigas de mi mujer, a la que no le voy a contar nada.

El producto estrella de Nelly, adonde hay que llegar temprano ya que se le agotan todos los días, son las arepas de chóclo o chócolo preparadas en una pequeña plancha sobre la que pone unos aros y derrama una colada blanca cuya receta es más misteriosa que whats app de adolescente. Esponjosas, crocantes, recién salidas de la plancha, en perfecto equilibrio de sal y dulce, rebosantes de mantequilla y cubiertas con generosas porciones de quesito montañero fresco, son un regalo para el paladar; un placer indescriptible que me lleva a los mejores rincones del recuerdo cuando las probé impúber. Definitivamente a esos sitios en donde mejor se come, jamás llegan La Barra, el Invima ni los escrupulosos insoportables que se pierden los mejores placeres de la vida por pasárselas de sismáticos o elegantes, porque la aventura donde Nelly, se adentra aún más entre platos recónditos de la cultura callejera, aquella que nadie premia con nada distinto a sonrisas y estómagos plenos de eructos y dicha.

Ver allí, antes de que salga el sol, filas de amanecidos calmando su resaca con platos inmensos de fríjoles con garra, sancochos y caldos de costilla y otras partes cargadas de exquisito colesterol, chicharrones de empella, carnes fritas de varias procedencias, suculentos trozos de yuca, plátanos y papas sudadas, en fin, cualquiera diría que está en un restaurante patrocinado por la cardiovascular, pero es que a la hora de ser felices no pensamos con el corazón sino con el estómago o el espíritu. Lo que para mi mujer es pornografía estomacal, para mí es erotismo culinario en su máxima expresión.

Perderse estos placeres de la vida lo va a llenar de remordimientos el día en que la nutrióloga lo condene a la dieta, el peor y más triste estado del ser humano después del despecho. Comer donde Nelly es un acto de placer sublime, un regalo para la vida.

Y tú, la que no me acompaña, me vas a tener que rogar mucho para que te lleve una arepa de esas a calmar tu curiosidad, de pronto sucumbiría a llevártela si te pones los jeans rotos y los converse ídem con que me conquistaste oliendo a Chloe mientras te contoneabas en Flot con la lluvia de Eddy Santiago.

Que locura enamorarme de ti… Nelly

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