El olor de los sonidos durante la cuarentena

El olor de los sonidos durante la cuarentena

El olor de los sonidos durante la cuarentena

Nuestra vecina Silvia León nos envió el siguiente escrito sobre sus días en esta cuarentena por el coronavirus:

“Al despertar te hace falta algo, sí la campanilla del vendedor de mazamorra, la mazamorra paisa refrescante, y la voz fuerte y gruesa de la mujer de los tamales, deliciosos tamales de carne, pollo y mixtos.

Y te hicieron falta porque es sábado, aunque parece domingo, al igual que el resto de los días. De no ser por el almanaque que tienes frente a tu cama, y por la alarma que hoy sonó a las ocho, y no a las seis, ni idea tendrías de qué día es. Pero sientes que al menos te queda algo de antes, el aroma del café, ese que permanece, aunque cambie el mundo y el olor de sus sonidos.

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Ya ni siquiera el vecino toca la guitarra, piensas que seguramente era un estudiante de afuera que voló hacia su tierra tan pronto anunciaron el confinamiento. Lo que sí escuchas es el llanto de una niña, los gritos de la madre que le ordena que se calle, y los del padre que le exige a la madre que no grite a la niña. Quisieras que la guitarra del vecino sonara, aunque fuera desafinada, para silenciar los otros ruidos.

Recuerdas el altavoz del vendedor de helado con esa música escalofriante que parecía de una multitud torturada, pero que pretendía ser voces de niños alegres, litro de helado a dos mil, sabor a vainilla, arequipe y brownie. Hoy preferirías escuchar esos gritos de tortura que el silencio de la calle que también retumba en los oídos.

Mientras te tomas el café escuchas una voz, no es un silencio, es una voz nueva, no es ni de mazamorra, ni de tamales, ni de helado. Sales al balcón a ver de dónde viene, a quién pertenece ese sonido que se inaugura por el barrio. Es una voz afuera y hay que verla, además de escucharla, y quizás olerla. Un hombre arrastra un carrito de los de mercado, entre las barras metálicas se escurren unas hojas color plata.

Desde el segundo piso logras oler la calle. Huele al grito del señor que, a todo pulmón, te ofrece eucalipto fresco para el virus, para la gripa, para limpiar ambientes, para alejar las malas energías y para la tos. Le compras un puñado de ramas, y mientras hueles el grito que se aleja, escuchas que tu casa suena a café y mentol”.

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*Foto: archivo.

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