El mundo está hecho para recorrerlo

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El mundo está hecho para recorrerlo

Lo único que separa a Valentina de la valentía es una letra. Lo único. Y eso lo ha dejado muy claro desde que decidió renunciar a un empleo prometedor, en el que ejercía como ingeniera administrativa, para ponerse una mochila al hombro y empezar una travesía solitaria que la ha llevado a 24 países y 60 ciudades.

“Aunque esa es la cuenta que hice hace dos meses, la tengo que actualizar”, dice vía Skype desde Tailandia. No puede haber una palabra más justa para ella, porque se atrevió a seguir su corazón y esa cosquillita que sentía en el estómago cuando pensaba en viajar, en lugar de hacerle caso a las voces que le proclamaban la autorrealización en una oficina.

Recuerda con mucha claridad que los momentos en los que fue descubriendo que había nacido para acumular kilómetros, se dieron en medio de los recorridos por carretera que hacía con sus papás para visitar a su familia en Manizales y en los campamentos a los que asistió como scout. “Para mi esos trayectos en carro para ir donde mi familia eran oportunidades para pensar, para meditar, y cuando iba a los campamentos, siempre me emocionaba ir a otro lugar y hacer algo diferente”.

La primera experiencia seria de viaje, dice, la tuvo a sus 18 años, cuando recorrió Perú, Ecuador, Chile y Argentina en compañía de un primo. “Era mochilero y yo siempre le decía que quería viajar con él, pero tuve que esperar a ser mayor de edad. En esa época estaba en el primer semestre de la universidad, entonces tuve que mandar una carta a la facultad tratando de transmitirles por qué era tan importante para mi irme a ese viaje. Como me iba a perder los parciales y los supletorios fue más difícil convencerlos, pero al final lo comprendieron”.

También escribió una carta para su familia, con el fin de contagiarla con su sueño y recibir apoyo económico. Y lo logró. “Lo que más recuerdo de ese viaje es un momento en el que estábamos cruzando por el norte de Chile, que es un desierto, en un bus que se varaba cada dos horas. El recorrido había sido tan largo que yo no comía hacía 12 horas. En un punto nos bajamos y el cielo estaba lleno de estrellas. La gente dormía pero yo no podía, y mientras veía el amanecer tuve como un destello, un pedacito de cielo, un momento de plenitud en el que pensé: no he comido, no he dormido y no me he bañado pero estoy bien, plena, y concluí que no necesitaba nada para ser feliz. Desde eso busqué repetir esos pedacitos de felicidad y me di cuenta de que la mejor manera de hacerlo era viajando”.

Por esa razón se puso una fecha límite para cumplir su sueño, porque de lo contrario iba a seguirlo aplazando (como al salir del colegio porque estaba muy pequeña, a la mitad de la carrera por falta de plata y al final de la universidad por iniciar su vida laboral). “Cuando renuncié reuní mis familiares y le dije que me sentía dueña de mi vida y con las riendas de mis sueños. Estaba muy feliz”.

Días después, inició esa experiencia que más que cualquier cosa le ha regalado crecimiento personal, y le ha ido llenando el pasaporte con destinos como: España, Francia, Holanda, Bélgica, Grecia, Turquía, Hungría, Dinamarca, República Checa, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Finlandia… “Todavía no tengo tiquete de regreso. Todos los días me agradezco por haber emprendido este viaje. Todavía me falta la mitad del mundo…” .

Por Laura Villamil.

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Fecha

Marzo 13, 2016

Categoría

Gente, Vecinos

Tags

el poblado, emprendedora, joven, mochilera, mujer, soñadora, turista, viajera