“He vestido a Envigado casi toda mi vida”

He vestido a Envigado casi toda mi vida

“He vestido a Envigado casi toda mi vida”

Por décadas el sastre Jorge Muñoz confeccionó trajes para los envigadeños. Hoy, un tanto distanciado de su oficio, nos cuenta su historia.

Al buen sastre no le deben faltar la experiencia ni el metro colgado en el cuello. Eso lo sabe bien don Jorge Muñoz, un hombre de 83 años que ha dedicado más de la mitad de su vida a este oficio.

Con los brazos alrededor de una mesa blanca, donde suena el zumbido de una máquina de coser, don Jorge responde a los saludos que algunos vecinos le hacen desde la calle. Ya no trabaja mucho en la sastrería, es su hija Bibiana quien está a cargo. Y aunque sus ojos puedan estar nublados por los años, los recuerdos siguen intactos. Con gracia recuerda, por ejemplo, cómo se dio cuenta de que en realidad no se llamaba Jorge.

Nació en Támesis, en 1935. En aquella época las mujeres debían guardar estricto reposo durante la dieta, por eso su madre, Luisa Pulgarín, le encomendó al padre llamado Simón Pedro Muñoz la tarea de bautizarlo con los nombres de Jorge o Federico.

Pero una vez en la iglesia el sacerdote le sugirió la idea de llamarlo Irineo, como el santo que se conmemora el 28 de junio, día de su nacimiento. El padre acogió la propuesta, pero no le contó a la familia, por eso al muchacho siempre lo llamaron Jorge en la casa y en el colegio.

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Cuando quiso sacar su cédula supo cómo se llamaba realmente y le dijeron que solo le podían cambiar una letra. Así tuvo su tercer nombre: Irenio. Hasta el momento no ha conocido tocayo.

A los 18 años conoció a un sastre que llevaba mercancía en una maleta hasta la casa de su familia, en la vereda Río Frío. El hombre accedió a darle clases a cambio de un pago de 150 pesos, doña Luisa apoyó a Jorge con una máquina que costó 80 pesos y gracias a ese plante le dio trabajo para toda la vida.

El sastre llegó a Envigado detrás de su hermano mayor, que había conseguido empleo en Sedeco. En 1956 empezó a trabajar en Grulla, pero en vista de que el pago no era mucho, años más tarde se animó a retomar el oficio que había aprendido y le propuso a su amigo Delio Arango montar una sastrería.

Con la mezcla de los 2 nombres nació la Sastrería Iredeli. El local quedaba cerca del parque y don Jorge trabajaba hasta el mediodía para luego empezar turno en Grulla hasta las 8:00 p. m.

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Por diferencias en el manejo del negocio, don Jorge terminó por dejárselo a Delio, a cambio de unos muebles y una máquina de coser con la que siguió haciendo trajes desde su casa. Un tiempo después su socio puso en venta la empresa y él la retomó para dedicarse a ella tiempo completo.

Fueron años buenos esos en los que la gente mandaba a hacer trajes nuevos para Semana Santa y Navidad. Don Jorge llegó a hacer los uniformes para los obreros del Municipio y para los de Peldar, los sacos para las cavas de la Cervecería Unión, las capas de los benedictinos y hasta vistió a sacerdotes, al alcalde Jorge Mesa y al gobernador Jaime R. Echavarría.

Además vistió varios novios para los matrimonios. De hecho en la calle algunos lo ven y lo llaman padrino. Claro que también hubo momentos difíciles y daños irreparables. “Ave María, eso fue por pilas”, recuerda don Jorge entre risas y cuenta la historia de un empleado suyo que salió como de costumbre a tomarse un tinto y nunca volvió.

Cuando Jorge se acercó a ver el saco en el que el muchacho estaba trabajando, vio que tenía una rajadura que no había forma de arreglar. A propósito de eso tiene una frase: “Sastre que no desbarate no sirve y sastre que desbarate mucho tampoco”.

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Gran parte de ese negocio lo tomaron las grandes industrias, por eso don Jorge dice con nostalgia que ya no le quedan sino los recuerdos. Pero gracias a este oficio no les faltó el desayuno en la mesa a él ni a su esposa ni a sus 3 hijos.

Hace 30 años se ubicó en el local de la carrera 44 con calle 38A sur, en Alcalá, donde hoy arreglan todo tipo de prendas. Entre sus logros cuenta el reconocimiento al “trabajador meritorio”, que le otorgó la Alcaldía en 2005.

Por las manos de don Jorge han pasado modas, telas de muchos tipos e historias de momentos especiales para los vecinos. Dice que no sabe cuánto irá a durar este oficio, porque ya ha “mermado” bastante, pero con seguridad afirma que no le pesa haberse dedicado a él: “Uno coge un ritmo y ya le parece que otro no hace lo que hace uno”.

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Por Jessica Serna Sierra
jessicas@gente.com.co

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