Escuela Fernando González de Envigado.

Volver a 1°C, 60 años después

El mismo salón que les abrió las puertas para que cursaran el primer grado de primaria los recibió y los vio sentarse en sus pupitres 60 años después. El salón de 1C de la escuela Fernando González, ese en el que fueron marcados por la señorita Emperatriz.

Contrario a cualquier tinte negativo que pudiera tener esa última expresión, la docente —de apellidos Pino Córdoba y oriunda del Chocó— le dio un giro a la niñez de sus casi 50 estudiantes de aquella época a punta de amor, ternura y paciencia. Tanto, que 6 décadas después estos recuerdan intacto cada detalle.

Para que me hiciera una idea, 4 viejos amigos del salón me invitaron a tomar café. Sentados en el parque principal, Óscar Rivillas, Hernán Morales, Humberto Pérez y Carlos Arturo Jaramillo me bombardearon con anécdotas, risas y buenos chismes.

Son envigadeños de pura cepa. Para los días en que cursaban el primer grado vivían (en el mismo orden en que fueron nombrados) en los barrios Primavera, El Salado, Alcalá y Mesa. A la escuela se iban a pie y descalzos. Solo un par de compañeros, ‘los riquitos’, usaban zapatos para ir a estudiar.

Sin embargo, un gran cambio precedió su encuentro con Emperatriz: la soltada de las enaguas de las mamás para irse solos a la calle, esa posibilidad de hacer amigos y de defenderse por su cuenta. Y más allá, tal como lo expresó Morales, “fue el hecho de pasar del barrio al centro. Antes de empezar a estudiar uno casi que no sale, y al hacerlo se conoce todo. Era la magia de ir a Envigado (zona centro) y vivir a diario ese choque emocional que hasta entonces solo lo habíamos vivido los domingos, cuando íbamos a misa; ese impacto con la gente, el comercio, los carros, las luces”.

Todo esto, sumado a la libertad. Muchas veces se volaban y no llegaban a clase; la cambiaban por bañadas en los charcos de las quebradas La Mina y La Ayurá, y por el plan de bajar todo tipo de frutas de todo tipo de casas. Podían decir que salían bien librados cuando el ‘policía escolar’ (el encargado de ir a sus hogares para averiguar por qué no habían llegado al salón) no se daba cuenta de su ausencia.

Pero ni el listado de recuerdos que intentaban reunirme logró que se desviaran del verdadero hecho por el que todavía se reúnen y se sientan a tomar café: la llegada de Emperatriz a sus vidas. “¡Ay, es que fue una mamá!”… “Pero una que no regañaba, nunca lo hizo con nadie”, coincidieron Óscar y Humberto.

Ni modo de negar el dolor que sintieron hace 10 años al conocer que otros 7 atrás había muerto la mujer que tanto significó para ellos. No fue sorprendente la noticia, pero cómo no afligirse… “¡Ay, es que fue una mamá!”…

Se enteraron a los 50 años de haberla conocido; es decir, en 2007, año en el que Rivillas logró la tarea nada sencilla de reunir el mayor número de compañeros que en 1957 llegaron con él a 1C. Resulta que un par de años antes, sentado en un bar con una gran amiga, él empezó a señalarle a “este que estudió conmigo en primero” y a “este otro, que también”. No les pasó solo esa vez, fueron varias y también fueron diferentes hombres los que él identificaba. Así que su amiga le propuso convocarlos a un encuentro. Óscar le cogió la caña, pero le dijo que lo hacía si llegaba a los 50 años.

Y llegó. Cuando vio al primero se le acercó y le pidió su número telefónico y todos los que tuviera de los de su generación. Visitó casas (hasta la de un compañero que ya había fallecido hacía 35 años) y fue, en compañía de Humberto, a los archivos de la Fernando González, llevándose la sorpresa que todavía existían.

En 6 meses ubicó a 35 (de los ya mencionados casi 50) y asistieron 23. Fue tan emotivo el momento, que desde entonces se ven más seguido y, aunque no sea así entre todos, el contacto de muchos se recuperó. No pararon (ni hoy todavía) los saludos en el parque, la plaza, las calles, los barrios.

En puntos de encuentro se convirtieron lugares como La Calecita, La Esquina del Guaro, Tres Ranchos y un par más. Pero para estos 4 amigos, en especial, aquellos lugares tangueros por excelencia, pues “casi todos nacimos en barrios de proletarios, nuestros papás fueron trabajadores de las compañías de acá. Somos de la generación del 50, cuando tuvo auge el tango, pero no el de Gardel, sino de Armando Moreno, Pepe Aguirre, Enrique Campos y otros”, dice con toda seguridad Hernán.

Viendo la fuerza con que volvieron a unirse tantos lazos, ¿por qué no otro reencuentro que garantice más años de amistad? Y también se dio. Fue el del inicio de estas líneas, el de las 6 décadas después, el del salón que los empezó a formar. Fue el pasado junio, y ya no llegaron 23, sino 16, pero fue igual de valioso. “Eso sí, lo que me recomendaron es que lo siga haciendo cada 5 años, ya no cada 10. Hacerlo hasta que llegue el día en que uno de todos se ponga a barrer, apague la luz y entregue”, ríe Óscar.

Por Luisa Fernanda Angel G.
luisaan@gente.com.co

La escuela Fernando González es una de las más tradicionales de Envigado.

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